He vuelto a casa

Estoy sobre mis pies, o sobre mi espalda, o sobre cualquier otra parte de mi cuerpo. Abro los ojos y me encuentro con mis compañeros, con Jorge, con el presente, en este espacio que nos acoge.

Pero ahora hay profundos cambios, todo es diferente a cuando llegué, o cuando empezamos la sesión. ¿Qué ha pasado?¿Por qué ya nada es igual?

Cuando me tumbo en el suelo, sencillamente, simplemente ya empieza todo a ser distinto.

Una voz me acompaña y me guía. Sentir, moverme, permitir, dejarme, adaptarme, hacerme amiga, cambiar, no interferir, escuchar, entregarme, acoger, expresarme, escucharme, respetarme…

Propuestas que a modo de preguntas llegan a mis oídos, a mi mente, a mi cuerpo y, por último, a mi consciencia.

Las resistencias, la mente, el querer explicar todo, empieza a desvanecerse y va apareciendo a la luz de las sensaciones, el cuerpo, los sentidos, los sentimientos.

Aparece la luz en rincones ocultos que me permiten ver, que me ayudan a observar los procesos que están sucediendo en mi cuerpo.

Mover un brazo, o una pierna, y sentir la unidad del cuerpo, poder sentir mi respiración como el aliento que conecta mi organismo, moverme experimentando, viviendo realmente mi cuerpo.

Las limitaciones, las tensiones, la confusión mental, el ruido en mi cabeza, se diluye, se desvanece como la niebla, para que poco a poco aparezca lo genuino, lo primigenio.

Mover cualquier parte de mi cuerpo y observar, sintiendo sin elaborar pensamientos, sin querer comprender, solo sentir cada célula.

Experimentos que me hacen evocar, que me traen a la consciencia experiencias vividas, sentimientos olvidados, aromas, sabores, emociones -tristeza, alegría-, como un ser global, no disociado.

Experiencias que me traen a mi presente sensaciones ancestrales, arcaicas, al ponerme en pie. La memoria de milenios de evolución cuando, de pie, siento que he alcanzado una gran meta.

La experiencia del contacto físico con otras personas y dejar que ocurra, sin prejuicios, sin propósitos, sin ego. Conectar, tocar y sentir al otro como a mí misma, sentir una única respiración, un solo cuerpo, un organismo único, sorprenderme con la unidad con todo, sentir el alborozo del corazón inundado de sentimientos.

La resistencia al encuentro vital con mi cuerpo ya se ha rendido, no lo intenta más, la presencia de lo auténtico es abrumadora y no deja espacio para nada más.

Con todos mis sentidos, con todas mis sensaciones con cada acción todo va hacia mí y todo surge de mí, no hay evasión, hay consciencia, presencia, desapego, arraigo, paz, relajación, silencio, serenidad, alegría…

Mi cuerpo es más sensible, mis sentidos más libres, mis sensaciones más puras y mi mente descansa, observa y calla. Y ahí estoy yo, parece que no existiera el tiempo, no hay prisa, no hay nada que conquistar o conseguir, no hay que luchar, porque todo está dado, solo tengo que ser.

Estoy de pie, con mis ojos más abiertos que nunca. Me siento como un árbol que contempla, firme, segura, adaptable, permeable, desnuda y mi corazón baila de alegría y siente que esta sensación, esta desnudez, es el amor.

Ahora sé por qué todo es diferente, porque me he reencontrado, he vuelto a casa.

Inés